Repare el lector en que esta entrada, breve, desenfadada y especulativa, pertenece a la sección “Pausa-Café” de nuestro blog. Se trata de entradas hechas para ser leídas en un rato, mientras se degusta un café.
Esta es una interesante pregunta que casi todo el mundo se hace, especialmente la gente con cierta edad y que tenga interés en planificar su jubilación o al menos cómo va a ser su vida una vez llegado ese momento. Afortunadamente, en España tenemos la Seguridad Social que con su pensión pública elimina el riesgo respecto a la contingencia que supone desconocer el número de años que vamos a sobrevivir sin otros ingresos, al no estar activos profesional o laboralmente. La Seguridad Social, según muchos académicos reputados, es el mejor seguro de longevidad jamás inventado… mientras cumpla ciertas reglas, claro.
Para una correcta planificación financiera en la vida restante tras la jubilación, hay que considerar al menos un número de años que todas las personas tienden a suponer que es la esperanza de vida a esa edad, pero que no tiene por qué ser así; factores como el entorno, los hábitos, la salud, incluso la zona geográfica, influyen de forma significativa en esta variable. Una edad media puede ser cierto para una cohorte dada, pero para un individuo en concreto de esa misma cohorte es bastante más complicado estimar su esperanza de vida, por no decir imposible, al menos hasta ahora.
Según un estudio de la Universidad de Michigan, la mayoría tendemos recurrentemente a infraestimar el tiempo que vamos a vivir; creemos que este período va a ser inferior en un 25% al que realmente acabamos viviendo.
Afortunadamente, la mayoría de los mayores dejan herencias a sus descendientes, lo que quiere decir que la mayoría solventa este enorme fallo de previsión acerca de la duración de la vida. Porque, si hay algo peor que el patrimonio sobreviva a quien lo ha ido constituyendo poco a poco -no haberlo disfrutado o haber pasado privaciones para lograrlo- es que esa persona sobreviva a su patrimonio, porque las consecuencias que se derivan de esta situación nos conducen a la pobreza. Al menos en ausencia de esquemas públicos de pensiones que prevean por nosotros desde que nacemos a la vida laboral hasta que, como decían los antiguos sumerios, marchamos al encuentro de nuestro destino.