José A. Herce
José A. Puertas
Socios fundadores de LoRIS
Esta entrada tiene un carácter algo arcano, aunque no insondable. Por esta razón se inicia y finaliza con la misma pregunta ¿qué son los activos previsionales? Una primera respuesta a esta pregunta resultaría decepcionante y solo debidamente enmarcada en las muy específicas condiciones que reviste el ahorro a largo plazo para la jubilación acabaría cobrando sentido.
¿Qué son los activos previsionales I?
La denominación “activos previsionales” no corresponde a ninguna clasificación estandarizada o epígrafe en el que podamos obtener un listado de este tipo de instrumentos, más bien es una acepción informal para asociar el activo en cuestión a un fin determinado. El alcance de la palabra previsional atiende, como fácilmente se entenderá, a la vocación de la inversión a largo plazo de ese activo pensando en la obtención de rentas a partir de él durante la jubilación.
Dentro de esta declaración de intenciones se pueden distinguir distintos activos, que podrían englobarse dentro de esa clasificación por ejemplo inversiones en fondos, en acciones o en ETF, posiciones directas en el mercado inmobiliario, ciertos tipos de seguros como PPA, incluso activos de renta fija.
De hecho, la previsión social complementaria, en cualquiera de sus instrumentos y sus posibles combinaciones, formaría parte del elenco de activos susceptibles de constituir, a su vez, parte de una amplia estrategia de activos previsionales.
La principal fuente de valor añadido de la cartera de activos previsionales, la que va a dar el toque de calidad a esta, son los tipos de activos, el plazo y el estilo de inversión. La rentabilidad no es el único parámetro objetivo; recordemos que el fin último es proporcionar un volumen de activos que generen rentas en el período de jubilación para el ahorrador, o incluso a partir de una edad más avanzada, como puedan ser los ochenta o más años. Para poder cumplir con ese objetivo se necesita considerar y evaluar el riesgo que se va a tolerar, ya que mayor rentabilidad generalmente implica mayor riesgo, si bien mayor riesgo por sí mismo no implica necesariamente mayor rentabilidad.
Por tanto, la utilización de “activo provisional” responde al propósito con el que se hace la selección y distribución de los activos. Teniendo en cuenta también las aportaciones que se van a añadir al fondo de activos en toda la fase de acumulación para posteriormente obtener las rentas en las subsiguientes fases.
La planificación financiera para la jubilación
Para ello se han de analizar las necesidades y deseos, en un mundo de posibilidades reales, que va a tener en el futuro el ahorrador, una vez jubilado, así como la capacidad de éste de realizar aportaciones regulares durante la fase de acumulación, es decir el periodo en el que se va a producir un incremento en la posición de estos activos ya sea vía nuevas aportaciones o por reinversión de los rendimientos. Teniendo en cuenta que en este período no se hace ninguna disposición o liquidación siquiera parcial de la cartera de inversión.
Recordemos que el final de esta etapa no tiene porqué coincidir con el momento de la jubilación; podría darse el caso de que en el momento de jubilarse no se sigan haciendo aportaciones a la cartera de activos previsionales, pero éstos seguirán generando rendimientos y por tanto, incrementando su volumen para poder disponer de ellos en la siguiente fase, que denominaremos de desacumulación (o “decumulación”). En esta fase empieza a producirse una salida de flujos de caja, generalmente de carácter periódico, desde la cartera de activos hacia la cuenta operativa del inversor para hacer frente a sus necesidades cotidianas. También puede suceder que estos activos previsionales se conviertan en una renta vitalicia, con lo cual el problema de la gestión de los activos se integré en la cartera general de activos previsionales de una compañía aseguradora.
El planteamiento de esta etapa necesita una estrategia distinta ya que no todos los instrumentos de la fase de acumulación pueden tener cabida en la de decumulación si atendemos a características como son la capacidad de generar rentas, variaciones en el precio, comportamientos futuros… una decumulación mal diseñada puede suponer pérdidas de rendimientos o salidas del mercado en momentos que no son los adecuados debido a situaciones más volátiles de lo que podríamos soportar.
La gestión de activos previsionales tiene dos dimensiones muy claras. Por un lado, la obligación para el gestor de perseguir el máximo beneficio para el partícipe, dentro de las coordenadas de riesgo elegidas por él dado su propósito central, que es la consecución de rentas complementarias de jubilación. Por otro lado, el marco de planificación financiera de ciclo vital en el que este ahorro se genera y al que sirve. La gestión de activos en sentido estricto, naturalmente, tiene sus reglas, independientemente de que 100 mil euros, por ejemplo, tengan un destino previsional o no. Es más, cada gestor tiene su propia metodología y estilo de gestión. Pero, en nuestra opinión, desde luego, un activo previsional no es lo mismo que cualquier otro tipo de activo y su gestión queda marcada por esta característica.
Imaginemos una persona de 50 años que trabaja en el sector público, tiene dos hijos y cónyuge que dependen todos de él, posee un cierto nivel de estudios y tiene una capacidad de ahorro de 600 euros al mes. Finalmente, cuenta con una pensión pública predecible en la fecha de su jubilación. Esta persona considera, con la ayuda de un asesor, que para mantener un nivel de vida similar al que tendrá hasta el momento de su jubilación, necesitaría un complemento de pensión de 450 euros al mes. Este caso sería distinto al de una persona de 45 años, divorciada y con un hijo, que trabaja en un banco, con una capacidad de ahorro mensual de 800 euros. O al de un trabajador autónomo, por citar otra posibilidad.
Una gestión especializada en lo previsional
El complemento de rentas de jubilación que un trabajador cualquiera pueda obtener va a depender de su esfuerzo ahorrador, pero también de la gestión de ese mismo ahorro por parte de profesionales que entiendan bien la naturaleza previsional de ese ahorro y sepan adaptar las carteras de sus clientes a las condiciones objetivas, profesionales y vitales de aquellos. Los complementos deseados solo podrán obtenerse de manera segura cuando el ahorro previsional alcance el valor objetivo y el activo pueda convertirse en la renta vitalicia que satisface el deseo del ahorrador y que ayude a mitigar el riesgo de longevidad. En todo el proceso de acumulación y decumulación, la gestión debe tener el foco puesto en el objetivo final del ahorro previsional.
¿Qué otros activos pueden incluirse además de los convencionales fondos de pensiones? Mientras posean la naturaleza de ahorro a largo plazo, los seguros de ahorro, a pesar de los muy bajos tipos de interés, puede considerarse que son apropiados por parte del gestor para incluir en una cartera previsional. Recordemos que el objetivo de una cartera previsional no es el de maximizar las ganancias per se, por la revalorización, sino que se debe gestionar esta cartera con el objetivo previsional en el punto de mira, ajustándose por tanto al riesgo que el ahorrador desee asumir y considerando las posibles situaciones que se puedan dar a lo largo de su vida, lo que depende también en buena medida de la edad que tenga aquel.
En función de cómo vaya evolucionando el ciclo vital de un ahorrador, podrían darse condiciones que requerirían, quizá, reestructuraciones radicales de las carteras en un momento dado. Por lo que, al menos, en las primeras fases del ciclo vital los activos a gestionar deberían ser más flexibles y arriesgados que en fases más cercanas a la jubilación.
¿Qué parámetros deberíamos considerar como esenciales en la gestión de activos previsionales? No sólo está la rentabilidad, también está el coste de incluirlos en la cartera debido a altas comisiones de gestión. A veces, estos elevados costes de gestión se explican por la complejidad de gestión que requieren, o por la reducida dimensión de las carteras. Son también muy importantes la capacidad de un activo para generar rentas a un plazo o vencimiento dado, su riesgo medido en términos de volatilidad, o el riesgo de que el emisor no cumpla con sus compromisos financieros; y las correlaciones de todos ellos entre si. Además, conviene prestar atención a la liquidez de estos ya que en el largo plazo no es necesario que sean activos muy líquidos, siempre y cuando se remunere esta falta de liquidez con una rentabilidad adicional. Por ejemplo, en el caso de querer invertir y tener un flujo asegurado a una fecha determinada se puede incorporar a la cartera de activos previsionales algún tipo de bono, aunque su rentabilidad sea reducida. Un bono que no esté destinado a su amortización antes de vencimiento, que tenga poca cotización y volatilidad, si la intención es obtener los flujos de caja que genere durante su vida útil y que devuelva su principal íntegro a su vencimiento.
La paradoja de la fiscalidad de los vehículos previsionales
Finalmente, en todo activo, pero especialmente en un activo previsional, el impacto de la fiscalidad de aplicación a los rendimientos, las aportaciones con las que se constituye el activo o las prestaciones que este rinde a su amortización, en el caso de algunos de estos activos específicamente diseñados para proveerlas, es un factor de gran relevancia a la hora de definir una cartera de activos previsionales.
Se entiende mal, popularmente, la fiscalidad de los activos previsionales. A veces hasta por parte de agentes institucionales o de mercado que deberían tener estas cuestiones muy claras.
Supóngase que, un mes cualquiera, después de haber pagado el IRPF (la retención, en realidad, que suponemos coincide exactamente con lo que dirá la declaración en el ejercicio siguiente) de la nómina de ese mes, ahorramos la mitad de esta, digamos 850 euros, en la suscripción de una IPF durante 10 años. Transcurridos esos 10 años, recuperamos nuestros 850 euros y además recibimos 603,79 euros por la rentabilidad obtenida en este periodo a razón del 5% acumulativo anual. En ese momento, nos jubilamos y decidimos gastar los 1.453,79 euros en unas vacaciones. Nuestra relación con la Agencia Tributaria, en todo este periodo debería ser el pago del impuesto sobre el rendimiento del capital, por ejemplo, el 20% sobre los 603,79 euros obtenidos por la rentabilidad acumulada al vencimiento de la IPF y nada más.
Alternativamente, con propósito previsional, invertimos los 850 euros en un producto fiscalmente calificado que nos permite deducir este importe recuperando, al hacer la declaración de la renta, la retención abonada a la Agencia Tributaria en el momento de que se generase la nómina. Al jubilarnos, 10 años más tarde, recibimos los mismos 1.453,79 euros del caso anterior que integramos en nuestra base imponible del IRPF viéndonos obligados a tributar al marginal que nos corresponda en ese momento por el principal y los intereses acumulados.
Puede pensarse que el balance fiscal en el segundo caso es el mismo, en esencia, que en el primero, pero solo por casualidad será idéntica. Podríamos, incluso, acabar pagando más impuestos con el activo previsional que con la IPF. Esta conclusión puede parecer una ironía, pero, en este caso, la verdadera ironía consistiría en descubrir que el gestor del producto previsional decidió poner nuestros 850 euros en una IPF, lo cual podría estar, incluso, indicado.
¿Qué son los activos previsionales II?
Una vez enfatizadas las características que debe revestir la gestión de activos con propósito previsional, con especial foco en la fiscalidad diferencial de los mismos, podemos avanzar una respuesta simple y para no iniciados: un activo previsional es una activo cualquiera de los muchos que existen a cuya adquisición se aplican ahorros destinados a financiar la jubilación. Los activos no son previsionales según su naturaleza, aunque no todos sirven igualmente para este propósito, sino solo en la medida en que se integran en vehículos previsionales (como un fondo de pensiones) calificados fiscalmente y por otras características (iliquidez).
En esencia pues, nada distingue a un activo (por ejemplo, las acciones de compañías cotizadas) adquirido con fines previsionales de ese mismo activo adquirido por otros motivos. Solo el que aquel se integre en un vehículo previsional o no. La gestión de activos integrados en vehículos previsionales carece de reglas fijas, pero es obvio que no debe atenerse a las mismas reglas que la de esos mismos activos no integrados en vehículos previsionales, como ilustra el contenido previo de esta entrada.
Para que a un ahorrador preocupado por su jubilación le resulte atractiva la participación en vehículos previsionales deben darse condiciones que, en buena medida, dependen de la especialización y buena práctica de los gestores de activos integrados en vehículos previsionales, en mayor medida incluso que de una calificación fiscal favorable.
Una cartera de acciones de compañías cotizadas o de bonos soberanos no se gestionará de la misma manera, dado el perfil de riesgo del ahorrador al que pertenezca, si se trata de activos integrados en un Fondo de Inversión o si se trata de activos integrados en un Fondo de Pensiones. La calidad y especialización previsional del gestor marcará la diferencia.