Repare el lector en que esta entrada, breve, desenfadada y especulativa, pertenece a la sección “Pausa-Café” de nuestro blog. Se trata de entradas hechas para ser leídas en un rato, mientras se degusta un café.
Estamos viviendo en estos momentos una de las tasas de inflación más alta en décadas, un 10,5% en los últimos 12 meses -agosto 2021 a agosto 2022-, lo que supone un gran desafío para la economía y para el bienestar de todos los ciudadanos.
Sin entrar en las causas que han originado este dato del IPC, la solución no pasaría por intentar que cada colectivo, de forma autónoma y descoordinada, trate de mantener el poder adquisitivo de sus rentas sin concertarse con todos los demás agentes. En realidad, ni siquiera de forma concertada sería posible evitar una merma de nuestro poder adquisitivo si la inflación es importada. La solución no es fácil, y es posible que en unos meses tengamos menos empleo y un PIB más bajo de los que tendríamos de no haberse dado este proceso inflacionario; pero si todos los agentes responden demandando no perder poder adquisitivo, se generará una espiral difícil de parar (efectos de segunda ronda).
Dentro de un enfoque simplista, pero muy arraigado en nuestra sociedad, se asume que ciertas garantías, como es el mantenimiento del poder adquisitivo de una u otra partida de renta (alquileres, salarios, pensiones, márgenes empresariales), no tienen impacto alguno en otras partes del sistema económico, y que aparentemente caen del cielo; no habría más que aplicarlas y ya está. Pero es más complicado. Al fin y al cabo, estamos hablando de cómo se gestiona el dinero público con muchas implicaciones futuras, como son el coste de oportunidad, la rentabilidad de las inversiones, la productividad….
La gran duda: imaginemos una pareja con ingresos de 40.000 euros al año sin hijos y con cierta edad, ¿es justo mantener su poder adquisitivo sobre el 100% de esos ingresos si tienen la casa pagada, sin deudas y sólo gastan el 20% mientras ahorran el resto? ¿No sería más eficiente, socialmente hablando, ayudar a las rentas que dedican un porcentaje más alto al gasto impactado por el IPC?, es decir aquellos hogares (de menores rentas, especialmente) y que más porcentaje dedican al consumo, porque no tienen capacidad de ahorro.
Aun así, ¿no sería mejor ayudar a los hogares más sensibles y/o más afectados por la inflación mediante complementos de renta que no consoliden en la fuente primaria de la renta (como lo haría la plena indexación) y, especialmente, no vayan indiscriminadamente a todos los hogares que comparten esa misma fuente de renta (asalariados y pensionistas fundamentalmente)?
Casi hemos perdido la habilidad que se requiere para convivir con la inflación, siquiera moderada, tanto los ciudadanos como los agentes que tienen todos los motivos para estar alerta a sus efectos. La industria de las pensiones se va a ver fuertemente impactada de muy diversas maneras por la inflación, y no menos por las subidas de tipos que se están produciendo y van a producirse en los próximos trimestres. Ante ello cabe desplegar muchas estrategias, pero no todas son aptas para afrontar un determinado episodio inflacionario. Depende de su intensidad y, especialmente, de su duración. Y esto es pronto para saberlo. Lo importante es que cuando ya lo sepamos no sea demasiado tarde.
¿Cómo estaba el café? Seguiremos hablando.