En 2012, los Premios Nobel Banerjee y Dufflo’s enunciaron su receta de las “tres Íes” como la mezcla infalible de condiciones para que algo salga mal: Ideología, Ignorancia e Inercia.
Todos tenemos ideología, de alguna forma u otra, pero igual que no cocinamos o resolvemos un problema de álgebra aplicando nuestra ideología, tampoco deberíamos aplicarla apresuradamente, menos aún hasta el límite, en otros ámbitos de la vida, como por ejemplo en el ámbito de la economía.
La ignorancia es más fácil de detectar, todos somos ignorantes en muchas materias, ser consciente de ello y asesorarnos, por ejemplo, cuando vamos al médico, nos hace tomar mejores decisiones. Aunque existan personas que creen que dominan todas las áreas del saber, son muy pocas las personas que se acercan siquiera un tanto a ese ideal.
La inercia, por fin, es más sutil, pero no menos generalizada entre los humanos. No hacer nada supone una liberación para la conciencia: no he hecho nada y ha salido mal por lo que me considero menos responsable que si hubiese hecho algo y hubiese salido mal. Así funcionamos los (y las) sapiens.
Esta aplicación de la receta de las “tres Íes” para el fracaso la venimos observando actualmente en nuestro sistema público de pensiones: como es público, funciona sin más y puede, al parecer, con todo, independientemente de con qué ingresos se disponga frente a las prestaciones que ofrece. No queremos ver la demografía que va a tener España en unos años (y eso que son muchos los expertos y organismos que llevan alertando sobre ello) si seguimos aferrándonos a la barrera intocable de los 65 años (67, vale…). Fenómeno, la demografía y su sencilla solución, que escondemos detrás de un velo o, mejor dicho, detrás de una cortinilla (de ducha) de ignorancia. Evitamos hacer ajustes estructurales, llevando a cabo reformas que no son de raíz, para no echarnos en contra a los votantes. Pero el sistema no vence su inercia, que es la nuestra.
Ideología, ignorancia e inercia se aprecian también alrededor del debate sobre la loable iniciativa de los Planes de Empleo Simplificados cuya regulación se tramita en estos momentos en el Congreso. El caldo de cultivo del que surge este intento es el de la incalificable reducción de la deducción de las aportaciones a la Previsión Social Complementaria individual. Desde posiciones ideológicas que no han dejado de insistir en que los esquemas de capitalización son el Caballo de Troya de la privatización de la Seguridad Social. Desde la ignorancia de que los países avanzados a los que nos gustaría parecernos hacen lo posible por la generalización de la Previsión Social Complementaria (de empleo, preferentemente). Y desde la inercia de que la cultura previsional complementaria es poco menos que un-Spanish. Como si España no fuese, o no aspirase a ser, diferente… a sí misma.
Porque mucho maldecimos de las empresas, a las que reclamamos que asuman costes previsionales cada vez mayores, pero no afrontamos en serio las reformas laborales que nos adentrarán en el siglo XXI. O la reforma de las fuentes de la productividad, que lleva más de tres décadas estancada. Los recursos del Estado del bienestar no salen de la nada, sino de una economía productiva.
Por ahí andan a su aire las “tres íes” del laberinto previsional español. Pongámosles los puntos de una vez.