Según los datos de la Encuesta Financiera de las Familias elaborados por el banco de España cada tres años, si analizamos la riqueza neta (suma de todos los activos una vez deducidas las deudas) de los hogares según la edad del cabeza de familia, para el período 2002-2017 obtenemos una serie de resultados muy elocuentes.
En primer lugar, según los datos de riqueza neta media, en euros de 2017, para los mismos grupos de edad y el mismo periodo, observamos que hay dos grupos claramente separados y definidos: cabezas de familia mayores de 55 años y menores de 55. Para el primer grupo se ha dado un incremento de su riqueza neta media evidente en apenas tres lustros atravesados por la dura crisis financiera, mientras que para el segundo grupo encontramos un descenso del mismo indicador y especialmente acusado en los hogares encabezados por personas menores de 35 años.

Por otra parte, si nos centramos en el indicador que es el cociente entre la mediana y la media de la distribución para 2002 y 2017 por grupos de edad, su variación entre el año 2002 y 2017 nos indica una desigualdad creciente intra-grupo, es decir, dentro de cada uno de los grupos de edad en el periodo mencionado, la riqueza se concentra cada vez en menos hogares independientemente del grupo de edad al que pertenezca la persona principal, pero especialmente entre los hogares encabezados por personas más jóvenes. Cuanto más cercano a la unidad sea este cociente, menor asimetría en la distribución de la riqueza por grupos de edad y viceversa; la tendencia hacia un indicador más bajo para todos los grupos y en este período, indica, además, la concentración de la riqueza en la mitad más rica de cada grupo.
Deben verse estos desarrollos teniendo en mente que los hogares encabezados por personas de, digamos 35 a 39 años en 2002, son los hogares encabezados por personas de 50 a 54 años en 2017. La virtual desaparición de la capacidad de ahorro (y la mayor polarización de la riqueza) de los hogares más jóvenes de 2017, frente a la que mantenían los hogares más jóvenes de 2002 es un aviso muy serio sobre el futuro, que quizá nos llega ya tarde.
Esto nos lleva a una pregunta incómoda: ¿realmente nos importan los jóvenes?
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