Repare el lector en que esta entrada, breve, desenfadada y especulativa, pertenece a la sección “Pausa-Café” de nuestro blog. Se trata de entradas hechas para ser leídas en un rato, mientras se degusta un café.
En un informe publicado por Mckinsey (ver aqui) en diciembre de 2022, ha aparecido un dato que a pesar de su importancia ha pasado completamente desapercibido. Según sus cálculos, el incremento de riqueza neta (valor de los activos una vez deducidas las deudas) de los hogares y empresas en el periodo de 2000 a 2021 se ha debido en un 79% a la inflación del precio de los activos, impulsados por los bajos tipos de interés, mientras que sólo el restante 21% viene explicado por ahorro adicional acumulado durante el periodo. Y esto ha sido un proceso mundial, aunque con distintos impactos en cada país.
De hecho, la riqueza neta creció, aproximadamente desde cuatro veces el PIB a más de cinco veces esta magnitud en ese período, un aumento muy relevante dada la secular estabilidad de esta proporción. Este 79% del incremento total de la riqueza neta se descompone en 29 puntos porcentuales en la medida estricta de la inflación del período y 50 puntos porcentuales en crecimiento del precio de los activos por encima de la inflación. Esto implica que la evolución de los tipos de interés (a la baja) utilizados al descontar los flujos de caja futuros probables de las inversiones, hace que su valor actual sea de mayor importe que si utilizásemos los tipos de interés existentes en 2000, año de partida del cálculo.
Dicho de otra forma, el aparente aumento de la riqueza no se explica por haberse realizado más acumulación de ahorro (lo que sólo explica, como se decía 21 puntos porcentuales del aumento de la riqueza neta) y/o inversiones más productivas o eficientes; sino que se explica fundamentalmente porque los activos generan flujos de caja, incluyendo el efecto inflación, descontados para su valoración a unos tipos de descuento mayores, debido a unos tipos de interés menores.