Tradicionalmente, en los campos de la demografía y la sociología, en España, se ha adoptado el criterio de que pertenecían a la “generación” del baby-boom todas las personas nacidas en los años en los que el número de nacimientos superaba sistemáticamente, de manera consecutiva incluso, los 650 mil. Esto sucedió entre 1958 y 1977, en cuyo periodo se registraron exactamente 13.387.027 nacimientos, un promedio anual de 669.351 nacimientos.
Llamar “generación” a este grupo no es exacto, sin embargo, es más bien una licencia. Se trata de veinte cohortes, una por cada año del periodo. El primer baby-boomer vivo hoy, nacido en 1958 habrá cumplido 63 años este año y, seguramente, se jubilará a finales de 2022 si lo hace a la edad efectiva observable en la actualidad (unos 64 años y 8 meses). Pero el último baby-boomer, nacido en 1977 cumplirá 44 años en este 2021 y, probablemente, se jubilará a los 67 años (puede que más) en 2044 (quizá en 2047).
Es evidente que la manera en que afecte a unos u otros de los trabajadores que hoy tienen entre 44 y 63 años las diferentes medidas sobre las pensiones adoptadas en el pasado reciente, y que se adoptarán en el curso del año actual y venideros, va a ser muy diferente, por lo que carece de sentido soliviantar a unos y otros acerca de consecuencias que van a expresarse de manera muy diferente a lo largo de su periodo de maduración. El concepto uniformizador de baby-boomer se desvanece, al igual que sucedería si adoptamos otros marcos de análisis de estas cohortes.
Aunque en la primera mitad del siglo XX hubo dieciocho años en los que se registraron 650 mil nacimientos o más, el registro no es tan sistemático y, además, la mortandad infantil era horrenda. No da la impresión, a la vista de los datos, de que en los años venideros los nacimientos anuales puedan superar de manera sistemática, ni siquiera anecdótica, los 500 mil. No obstante, la media de nacimientos anuales desde 1978 hasta 2019 es de casi 442 mil, con media de unos 375 mil en los últimos tres años de este periodo, y a la baja. Es decir, que en este periodo han nacido 18,6 millones de personas.
Algunos comentaristas se refieren a esto último como “el invierno” o “el suicidio” demográfico. Una exageración evidente. No tendríamos ninguna duda en calificar esta cifra de nacimientos como una especie de baby-boom si se cumpliesen dos condiciones: (i) las personas de estas cohortes modernas viven unos cuantos años más que sus padres y (ii) estas personas, llegadas al mercado de trabajo (una buena mitad ya se ejercitan en él), son más productivas que sus padres.
La primera condición se cumple con creces, unos 8 años de esperanza de vida (al nacer) separan a estas cohortes de las de sus padres. El problema es que, si no se remedia, se jubilarán a la misma edad que aquellos. Y se habrán tirado por la borda muchos millones de jornadas laborales productivas. La segunda condición no tiene visos de cumplirse tampoco. La productividad total de los factores lleva estancada en España desde hace 35 años, casi los mismos que nos separan hoy del año en el que acabó el denominado baby-boom. Que no nos deslumbren las palabras, hay cosas más importantes.
